El otro día recibí un mensaje de voz que me hizo llevarme inmediatamente la mano al mentón. En realidad, no fue por el contenido del mensaje —que no me sorprendió—, sino por el recuerdo de cuánta profunda duda puede llegar a generar el Ser o No-Ser de Dios en el hombre.
En la primera entrada de «Entre el Ser y la Nada», presentamos la postura filosófica sobre los argumentos aducidos a favor de la existencia de Dios. Evidentemente, han pasado varios meses desde aquella publicación, y había olvidado –o tal vez quería olvidar– mi compromiso con vosotros. Al fin y al cabo, cuando uno es feliz, no quiere romperse la sesera con estas consideraciones. Pero como bien me recordó mi amiga Paula en ese mensaje, cuando se promete algo, hay que cumplirlo. Así que hoy, en esta breve entrada, abordaré la primera parte de esa promesa: continuar con la reflexión sobre lo divino, explorando en este caso la doctrina o creencia en la ignorancia, el agnosticismo.
Ella, en ese audio en el que se mostraba tan preocupada por el Ser de Dios (¡qué muchacha tan curiosa!), me decía: «Sé que hay algo ahí, pero no sé qué es». No culpo ni critico su duda; es una postura bastante común: el intuir, el querer creer, el sentir que hay algo más… Sin embargo, para empezar, debo aseguraros que esa postura es lógicamente imperfecta.
El llamado Fideísmo (no se puede probar su existencia o su no existencia, pero la fe en Él «ilumina» convincentemente el sentido del mundo y nuestra vida) o el Ontologismo (no necesita prueba alguna, su existencia se nos hace evidente a través de una intuición o experiencia inmediata de tipo intelectual o afectivo) quedan un poco fuera de la palestra filosófica respecto al problema del Ser o No-Ser de Dios. El problema de estas consideraciones es que adolecen de un defecto fundamental: tienen un carácter demasiado personal y poco convincente. Si sus defensores no logran transmitir su experiencia o intuición de Dios a los demás, lo que requeriría a su vez el uso de argumentos para convencerlos de su autenticidad, su postura terminará convirtiéndose, en última instancia, en una forma de demostracionismo, cayendo en una cadena cíclica. Uno no puede basar sus creencias en algo tan endeble. En Temperantia, abogamos por un pensamiento bien hilado, no por justificaciones emocionales, situacionales o esotéricas. Para mi, el camino a Dios o el camino a la Soledad se recorre siempre a través de la razón.¿Recordáis lo que decíamos en la última entrada? La implicación del Ser o No-Ser de Dios es crucialmente importante ética y moralmente como para no dedicarle el tiempo suficiente a forjar una postura convincente. Así que vamos allá con la postura agnóstica.
La definición misma del agnosticismo sostiene que, al hablar de Dios, debemos hacerlo reconociendo que no podemos probar ni su existencia ni su inexistencia. El argumento principal esgrimido es el siguiente: sólo es cognoscible lo empíricamente fenoménico, es decir, lo observable por los sentidos. Dios es —o sería— por definición un ser no-sensible, no-fenoménico. Por tanto, nada podemos afirmar de Él, ni siquiera su existencia. Por definición, es un ser no-sensible o no-fenoménico porque cualquier intento de conocerlo sería, por tanto, un ejercicio fuera del alcance de la razón humana, que se limita a lo que puede ser experimentado directamente. En este sentido, el agnóstico rechaza tanto las pruebas de la existencia de Dios como las de su inexistencia, ya que ambas caen fuera del dominio de lo que se puede conocer de manera objetiva y verificable. De acuerdo con esta visión, el conocimiento acerca de Dios es, en última instancia, inaccesible, ya que trasciende los límites de la experiencia sensorial y la capacidad humana para probar o refutar su realidad.
El agnosticismo, por lo tanto, no se posiciona ni en un sentido afirmativo ni negativo, sino que adopta una postura de suspensión de juicio. Se reconoce que las preguntas sobre lo divino o lo trascendental podrían estar más allá del alcance de la razón humana, y por ende, cualquier afirmación sobre la existencia o la naturaleza de Dios debe considerarse como una creencia sin base comprobable.
Poco más se puede añadir. Es una postura extremadamente cauta y, según como se mire, muy acertada. Aunque también poco interesante y algo escurridiza. Suele ser la respuesta que dan aquellos iniciados o temerosos de la teología cuando se les pregunta su opinión sobre el Ser de Dios. No vamos a culparles por ello, no demasiado, al menos. En la próxima entrada, nos adentraremos más profundamente en el fango y nos enfrentaremos a la sentencia de estar abandonados por las leyes del azar y la necesidad. La postura atea… El Dios-No-Es. Terrible implicación para el Hombre.
Qué bien sienta terminar una entrada tan rápido. Debería hacerlo más a menudo.
¡Assez Causé!
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