Declaración de intenciones

De las cuatro virtudes cardinales –justicia, coraje, sabiduría y templanza–, esta última fue la que captó mi interés desde el minuto uno. Del latín temperantia y a su vez del verbo temperare, se dice de la buena disposición de los colores, del mantenimiento del equilibrio y de la moderación de la temperatura. Una virtud siempre eclipsada por las tres restantes, probablemente, por la dificultad de interiorizar y adquirir la misma. Adquirir templanza implica combatir las acciones tomadas, no por la mente racional, sino por la parte más instintiva y animal, la que se rige por y para los siete pecados capitales. Esto no implica necesariamente demonizar el placer y vivir en la ascesis más profunda al más estilo monje tibetano; más bien, vivir nuestro día a día siendo conscientes. Implica inferir y declinar el germen de su directa contraposición, la imprudencia. Si os fijáis, todo se devuelve a lo mismo. Estar al tanto de nuestros asuntos. No dejarnos seducir por la prisa, llegar hasta el motivo subyacente de nuestros actos, tomar el dominio emocional de estos –en la medida que nos permita la esfera de control– y conseguir, a través de ello, que no nos arrastre la marea.

Porque sin un mínimo temple, no hay ser humano capaz de discernir correctamente lo que le beneficia y lo que no. Y más nos vale no dejar que una mente desordenada decida por nosotros, ya que tarde o temprano, cosecharemos lo sembrado, y no será trigo aquello que acumulemos en la espalda, sino desdicha. 

Según Platón en La República, toda virtud es conocimiento y, por lo tanto, aprendible. Considerando esto, Temperantia nace con la idea de acercar las ideas fundamentales de los grandes pensadores a aquel que quiere leer, pero no sabe por dónde empezar. A esas personas que no tienen tiempo para filtrar, entre millares y millares de libros, qué merece y qué no merece su tiempo. Dirigido a quienes están cansados de consumir, prácticamente Ad infinitum, las mismas ideas día tras día. Y, por supuesto, dirigido también, a mi tipo de individuo favorito: aquel que quiere llegar hasta el fondo de los asuntos. 

Si durante el manifiesto, algún zorro astuto ha notado el uso del plural, no mal crea que es casualidad. Mil años anduve por la vía de la espada, siendo tan extremista en mis acciones que a menudo terminaba perdido en el umbral. Vivía un día en el hedonismo y al siguiente, casi a modo de perdón, en el estoicismo. Hasta que me di cuenta de que la virtud radica en el punto medio. En el equilibrio de la balanza. Es por eso que soy yo, y no otro, el que escribe estas líneas.

Que sea leve…

¡Salud!