[Interludio] Entre el Ser y la Nada: Prefacio a la existencia de Dios


Reflexionando sobre cómo debía abordar la segunda parte de Fenomenología de la muerte, me dí cuenta de que no podía escapar de esta sentencia primitiva: el concepto de la inmortalidad está íntimamente conectado con la existencia y naturaleza de Dios. Si quería hablar de Inmortalidad, primero debía hablar de Él.

Antes de empezar, me disculpo por la complejidad del contenido académico que presentaré hoy. Sin embargo, todo lo que pretendo lograr con Temperantia carece de sentido si no se mantiene un mínimo de rigurosidad. Soy consciente de que me arriesgo a perder a la gran mayoría de mis lectores en la definición del primer argumento. Es un precio que estoy dispuesto a asumir, por lo que les pido la misma dosis de atención que de comprensión.

Si se admite la existencia de Dios (No un Dios cualquiera, sino el cristiano; un Ser absoluto, Omniperfecto, espiritual –puesto que conoce y ama–, creador del mundo y del hombre), esta afirmación influirá en otros campos, y especialmente, en el de la inmortalidad del alma. Lo mismo ocurre en sus antípodas, es decir, una postura agnóstica frente a la existencia de Dios, debe ser también una postura agnóstica frente a la inmortalidad del alma. Y una postura atea, a su vez niega claramente la existencia de la inmortalidad. Esto evidencia la dificultad de que al reflexionar sobre un tema, si el pensamiento es coherente y, por lo tanto, bien pensado, este mismo no conduzca a otros pensamientos directamente conectados con los anteriores. ¿A qué quiero llegar con esto? Mi punto es que no es tan indiferente lo que uno piense sobre determinado asunto, por nimio que parezca, puesto que su influencia sobre los demás asuntos acostumbra a ser muy importante. Por ese mismo motivo, sudo goterones cuando escucho a mis allegados hacer juicios de valor de forma rápida, intuitiva y sin tener en cuenta el conjunto de las cosas. Un pequeño error en los principios se transforma en un gran error en las conclusiones. Así que espero que mis lectores ateos o agnósticos, estén preparados para aceptar la realidad de la Nada con la misma fuerza con la que rehúyen de Dios.

Por mi parte, bien sereno estoy aquí, tomándome un café, pensando en que si la gracia del destino quiere que muera hoy, no tendré ni que ir a trabajar mañana, ni tendré que aguantar las reclamaciones de San Pedro. Pero espero que no sea así. Y aunque en mi opinión no se halle ninguna autoridad de decisión, tengo una clara preferencia por la vida. Quiero tomar un Vermut. Y luego dos más. Contemplar los óleos, pasear con Ella, tumbarme en la hamaca y… En fin, ya es suficiente. De nuevo deben disculparme. En los últimos días del año, siempre me embarga una extraña nostalgia. 

Volviendo al tema. Por si no ha quedado claro, decir que en pos de la congruencia para con la próxima entrada, hoy argumentaré mayoritariamente a favor de la existencia de Dios. Esto no significa necesariamente que yo crea en Él. Más pronto que tarde espero traerles tanto la crítica a estos argumentos como la defensa de la postura agnóstica y atea. Sea como sea, hoy no voy a cuestionar ninguno de ellos, no porque lo considere innecesario, sino precisamente porque juzgo que el tratamiento riguroso y equilibradamente crítico que merecen no es posible realizarlo en el espacio que puedo asignarles en una sola entrada.

Dicho esto, en este interludio nos preguntamos: ¿existe este Absoluto-Dios del que nos habla el cristianismo? ¿Acaso existe propiamente Dios? 

Existencia de Dios: Principales argumentos lógicos aducidos a su favor.

Argumentos a Priori:

Aunque podría explorar los argumentos de Descartes, Malebranche, Leibniz y Hegel en este espacio, he optado por presentar exclusivamente el argumento ontológico de San Anselmo, ya que lo considero el más original e interesante a comentar.

I. Argumento ontológico de San Anselmo.

Antes de adentrarnos en el meollo, es crucial comprender su base: el argumento a priori. El argumento a priori, tal y como indica su nombre, se fundamenta en la obtención de la verdad mediante el conocimiento previo, antes de realizar cualquier verificación empírica. ¿Cómo así? Porque si partimos de afirmaciones verdaderas y realizamos un razonamiento estricto, obtendremos forzosamente una conclusión verdadera. Estos argumentos se basan en la coherencia lógica. Suena raro, lo sé. Pero vamos a ejemplificar y de seguro lo ven claro.

Proposición: Si multiplicamos cualquier número por cero, el resultado siempre será cero.

La propiedad de que cualquier número multiplicado por cero es cero se deriva de la definición de la multiplicación y las propiedades aritméticas básicas. Puedes comprender esta verdad a priori sin tener que realizar la multiplicación con números específicos. Piensa un número aleatorio, multiplícalo por cero e indiferente del número que pienses, te digo la solución de antemano. ¡0! No es que yo sea un mago o un genio, no, es porque de nuevo, y gracias a las definiciones de multiplicación y aritmética, conozco la respuesta sin siquiera necesitar sacar la calculadora y comprobarlo.

Si logramos argumentar a partir de axiomas relacionados con la naturaleza de Dios, podremos demostrar su existencia a priori, prescindiendo de la necesidad de experimentarlo empíricamente.

A la luz de lo expuesto, comencemos. San Anselmo, en lugar de intentar convencer al ateo, o como él lo llama, al insensato, desde su posición de creyente convencido, asume su postura y se sumerge, por así decirlo, en su mente para tratar de comprender su perspectiva, es decir, que Dios no existe. Lo anima a explicar lo que realmente piensa acerca de la definición de la idea de «Dios». Después de reflexionar, llegan a un acuerdo: «Es el Ser más perfecto, sin posibilidad de concebir algo mayor». Todo lo que pretende entonces San Anselmo es que el ateo sea congruente consigo mismo, es decir, que piense sobre todas las consecuencias necesarias de esa idea de Dios que no puede negar que tiene en su mente, a pesar de afirmar, con el pecho erguido, que eso no importa, ya que Dios no existe en la realidad extramental.

Una vez que el ateo acepta las premisas (admite la idea de Dios, pero no su existencia), San Anselmo expone la diferencia entre la existencia mental y la existencia real. Por ejemplo, cuando uno piensa en una sirena, la sirena tiene una existencia mental como idea, pero no una existencia real. En cambio, la silla en la que uno podría sentarse tiene existencia mental (puede pensar en ella) y también existencia real (puede sentarse en ella). Según él, un ser con existencia real es más completo y, por lo tanto, se acerca más a la idea de perfección que un ser que solo tiene existencia mental. ¿Por qué? Es fácil, pregúntale a un pobre muerto de hambre qué prefiere: ¿un mendrugo de pan duro o un manjar imaginario? El quid del argumento está en mostrar que el ateo, al aceptar lo anterior, se contradice, ya que, al ser «más perfecto existir en la realidad y en la mente que solo en la mente», el Ser «máximamente perfecto concebible» (Dios) debe existir tanto en la mente como en la realidad. Reflexionar sobre la naturaleza de Dios exige, por lo tanto, afirmarlo como existente extramentalmente, como una auténtica realidad.

Los humanos son increíbles… 

Argumentos a posteriori:

Tal y como pasaba con el argumento ontológico de San Anselmo, estos argumentos también dependen de una fundamentación, siendo esta la proporcionada por los argumentos a posteriori. Este argumento es definitivamente más sencillo de entender. Un argumento a posteriori se basa en la búsqueda de la verdad a través de la experiencia o la evidencia empírica. 

De nuevo, ejemplificamos:

Según Wikipedia, el agua alcanza el punto de ebullición a los 100 °C. Si yo quisiera estar seguro de que esto es así, no me quedaría más remedio que comprar dos termómetros de marcas diferentes (para asegurarnos de que uno no falle), encender una olla con agua al fuego y comprobarlo por mí mismo. Por lo tanto, solo con posterioridad a estas mediciones, podré asegurar de que el agua, efectivamente, alcanza el punto de ebullición a los 100 °C.

Bien, sigamos.

I. Argumentos Cosmológicos.

Un argumento cosmológico se caracteriza por ser de tipo a posteriori, ya que se basa en la observación y el análisis de los aspectos empíricos y contingentes del cosmos. En un argumento a posteriori, se parte de la evidencia empírica, como el movimiento, la causalidad, el cambio, la composición, la temporalidad, la contingencia o la finitud en el cosmos. Estos elementos son observados y analizados para llegar a la conclusión de que debe haber una causa trascendente y única, que comúnmente se identifica con Dios. 

¿Y cómo son analizados? ¿Y por quién?

Las cinco vías de Santo Tomás de Aquino. 

Santo Tomás no estaba muy contento con la demostración ontológica de San Anselmo. Él pensaba que Dios sólo podía quedar satisfactoriamente demostrado partiendo de realidades y no de ideas. Así que se propuso demostrar su existencia por medio de cinco vías diferentes.

La estructura general de las cinco vías es la siguiente: todas ellas presentan

a) Un punto de partida (un hecho o aspecto del mundo físico).

b) La aplicación de dos principios lógicos: el de causalidad –todo tiene una causa– y el de la imposibilidad de un número infinito de causas.

c) Un punto de llegada: un Primer Ser en una de cuyas «caras» se encuentra una explicación definitiva al hecho o aspecto del mundo del que se ha partido.

Probablemente, os hayáis quedado igual. Pero no os preocupéis, cuando explique cada una de las cinco vías, lo entenderéis perfectamente (si Dios quiere).

En la 1º víaMovimiento, el punto a) es el hecho del movimiento (o más ampliamente, el cambio), y el punto c) es el primer motor no movido.

->El movimiento es evidente, y todo lo que es movido es, naturalmente, movido por algo. No obstante, no se observa ningún movimiento que se origine por sí mismo. Dado que todo movimiento depende de otro movimiento para su existencia, surge la pregunta: ¿Cuál es el motor primordial que inicia todo movimiento? Santo Tomás sostiene que el único Ser con la capacidad de impulsar sin ser previamente impulsado es a lo que llamaremos Dios.

En la 2ª vía: Causa o eficiencia, el punto a) es la aparición de causas en el mundo, y el punto c) es una primera causa eficiente.

->Cada elemento en el mundo resulta de una causa, siendo esa causa, a su vez, el efecto de otra causa. Nos encontramos una vez más con una cadena cuyo inicio está en la causa no causada. Es decir, aquello de lo que hay consecuencia, pero no causa. Ese Ser capaz de crear consecuencia sin causa, es a lo que llamaremos Dios.

En la 3ª vía: Contingencia, el punto a) es el carácter contingente de los seres mundanos, y el punto c) es el Ser necesario.

->Todo ser inicia su existencia y eventualmente, muere, es decir, no es indispensable. Si todos los seres fueran contingentes*, ninguno existiría; sin embargo, dado que existen, resulta inevitable la existencia de un ser necesario. De lo contrario, lo posible no sería más que valga la redundancia, una mera posibilidad. Este Ser es a lo que llamaremos Dios.

* Contingente=Que puede existir o no existir.

En la 4a vía: Grados de Perfección, el punto a) es la diversidad de grados de perfección de los seres del mundo, y el punto c) es el Ser Omniperfecto.

->Observamos distintos grados de perfección en los seres de este mundo (Bondad, Justicia, Amor…) y ello implica necesariamente la existencia de un Ser que posea la perfección máxima con el cual establecemos la comparativa. Este Ser es a lo que llamaremos Dios.

En la 5ª vía: Finalidad, el punto a) es el orden finalístico que reina en la actividad de los seres mundanos, y el punto c) es un ser de Inteligencia Suprema, gobernador del cosmos.

->Notamos que seres inorgánicos o orgánicos no racionales –como las plantas– exhiben comportamientos dirigidos hacia un propósito*; sin embargo, al carecer de conocimiento o inteligencia, solo pueden orientarse hacia un fin si son guiadas por un ser inteligente. Por lo tanto, debe existir un ser sumamente inteligente que organiza todos los elementos naturales conduciéndolos hacia su objetivo. Este Ser es a lo que llamaremos Dios.

* La proliferación del ser.

II. Argumento Deontológico.

El argumento deontológico (dein, deber) parte de nuestro «sentirnos obligados» por valores que, en la medida en que se nos imponen absolutamente, aunque respetando nuestra libertad psíquica, pueden venir solo de un Ser Absoluto capaz de interpelarnos imperativamente, es decir, de un Ser espiritual y personal, Dios.

III. Argumento Teleológico.

Mi argumento favorito, con diferencia. 

El argumento teleológico (telos, fin), íntimamente conexo con el eudemonológico (eudaimonia, felicidad), esgrimido desde Platón hasta nuestro querido Unamuno, pone de relieve la definitiva –y, por lo tanto, «monstruosa»– frustración en la que el hombre quedaría si su nada caprichoso, sino profundísimo «amor» (eros platónico) o «hambre» (Unamuno) de verdad, bien, justicia, felicidad, etc. absolutas quedasen definitivamente inalcanzados por él: Solo en un Ser que encarne todos esos valores y esa plenitud de felicidad (Dios), las auténticas necesidades naturales de todo ser humano pueden encontrar su completa satisfacción.

IV. Argumento Jurídico.

Este argumento es el que, para Immanuel Kant, mayor fuerza convincente tenía.

El argumento jurídico consiste en afirmar que el «orden moral» exige una adecuación entre conducta llevada y sanción obtenida –paralela a la existente, por ejemplo, en el orden físico, entre acción y reacción–, adecuación que en este mundo no se da (cuántos crímenes y vilezas de todo tipo no quedan inmunes y al revés, cuantas entregas y abnegaciones no quedan incluso ignoradas…) y que solo puede asegurar un ser Omnisciente, capaz de conocer nuestras intenciones más íntimas, y a la vez omnipotente, capaz de proporcionar la justa sanción merecida: Dios.

Aquí terminamos. Creo que, más o menos y de forma muy global, he cubierto una parte importante de los argumentos históricamente razonados a favor de la existencia de Dios, lo cual no es baladí. En la próxima entrada, finalizaremos la exposición sobre la fenomenología de la muerte. Si has llegado hasta aquí, muchas gracias. No soy ningún experto en Teología, así que si me he equivocado en algo, o si consideras que la matización de un argumento expuesto aquí es necesaria, por favor, házmelo saber en la caja de comentarios. 

Qué sueño tengo…

¡Assez Causé!


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *