Fenomenología de la muerte: posturas y consideraciones

Verán que esto no es un análisis literario. La razón es simple: quiero tener la libertad de no estar siempre sometido a la voluntad del autor. Versatilidad, a fin de cuentas. Además, al ser relativamente joven, me permito recibir consejos, y, como bien me decía mi querido amigo Albert, una publicación por mes es, definitivamente, una miseria. Al incluir reflexiones, aforismos o anécdotas en mi catálogo, junto con los análisis literarios que considere interesantes para el ojo crítico, quizá sea capaz de aumentar el volumen de entradas. Sí, quizá. Hay etapas en las que no siento ninguna urgencia por escribir. Aun así, mi intención es multiplicar por dos o por tres las publicaciones mensuales. El feedback recibido será, como siempre, agradecido, leído y tomado en cuenta.

Hace ya algunas semanas, decidí que era el momento de alejarme un poco de los ensayos filosóficos y volver a mis raíces, encendiendo, de nuevo, la pipa de la paz con la literatura. Como no sabía muy bien por dónde empezar, y el prospecto de leer a autores del Siglo de Oro resultaba ser demasiado para mi castigado cuerpo, acabé optando por una alternativa más contemporánea y, aparentemente, más digestiva: «Las intermitencias de la muerte» de José Saramago. Les adelanto que la risa que se esconde ahora mismo bajo mi rostro es, cuanto menos, pintoresca. ¿Digestiva? ¡Ay!

«Al día siguiente no murió nadie. […], un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mortal, un suicidio conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada.»

Tal y como me informó el autor portugués al inicio de este relato, nadie, repito, nadie iba a morir. Yo, insólito, no pude evitar preguntarme: si ese fuera mi caso —el de quedar suspendido, paradójicamente, entre la vida y la vida misma—, ¿qué sería de mí?

¿Acaso me embriagaría la perspectiva más ambiciosa y gritaría a los cuatro vientos que, ahora sí, la vida es bella?  O, por el contrario, me sumiría en el más profundo pesimismo y exhalaría un suspiro preguntándome: «¿cuál es ahora el propósito de mi existencia?»

Después de reflexionar durante varios minutos, enfocándome exclusivamente en el inicio del dilema y delineando las métricas del no-morir, decidí detenerme. Estaba perdiendo el tiempo. A ninguno de nosotros la Parca le dará tregua; sin lugar a dudas, nuestro día llegará. Y aunque admito haber disfrutado —y mucho— de la novela de Saramago, decidí apartarme de estas cuestiones imposibles y redirigir mis pensamientos hacia una de las pocas consideraciones verdaderamente importantes en esta vida: cómo abordar de manera sistemática el problema de la mortalidad.

Y yo queriendo disfrutar de una lectura ligera… En fin. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

LA REALIDAD DE LA MUERTE

El problema del sentido de la existencia humana alcanza su máxima radicalidad cuando el hombre contempla la realidad de la muerte. Es indudable que el mismo sentido de la vida varía de acuerdo con lo que el hombre piense de la muerte, ya sea la considere como un fin definitivo, ya sea que admita algún tipo de inmortalidad. Antes de entrar en materia, conviene realizar, antes, una breve descripción fenomenológica de la realidad de la muerte.

El hombre que vive tiene conocimiento de la muerte no por experiencia propia —lo cual es evidente— sino por la experiencia de ver morir a otros seres humanos. Cuando el hombre experimenta la muerte de una persona, no cualquiera, sino una cercana a ella por parentesco y amistad, percibe que el ser humano muere no por tratarse de algo accidental a él, sino porque la mortalidad es algo inherente a la misma esencia de la existencia.

De ahí surge la idea de que todo hombre muere, de que él mismo es mortal. Y no solo mortal, como si se tratara de una simple posibilidad, de que puede vivir, sino de una necesidad, de que tiene que morir; de que la muerte es un suceso que afecta a su ser por su propia constitución intrínseca.

La mortalidad incluye dos aspectos: el tener que morir, y el no saber cuándo y cómo. Es lo que expresa la antigua frase latina: mors certa, hora incerta.

Esto, naturalmente, crea una disonancia en el corazón del hombre, lo que le lleva a la creación de diversas religiones, filosofías y enfoques varios para abordar el problema de la muerte. Vamos a explorar algunas de las diversas posturas que se han adoptado.

POSTURAS ANTE EL PROBLEMA DE LA MUERTE

l. Elusión

En primer lugar, examinaremos una postura que no es propiamente filosófica, pero que corresponde a una gran cantidad de hombres del mundo actual. Consiste en eludir el problema; en vivir como si no existiese. Para esta postura, la idea de la muerte no hace más que perturbar a la vida misma y proyectar sobre ella una opacidad y un sin sentido que no la favorecen. La muerte aparece como algo inoportuno en lo que es mejor no pensar. Para ello se procura evitar todo aquello que pueda recordarla o presentificarla. El mismo lenguaje intenta o parece evitar el problema con expresiones eufemísticas como «deceso», «descanso eterno», «partida», etcétera. También se utilizan expresiones tan odiosas como «fiambre», «estirar la pata», «cruzar al otro barrio», que intentan convertir la muerte de otro hombre en algo «cosificado», para quitarle todo lo relacionado con la persona humana y su destino individual. La misma sociedad ha encontrado el medio de disimular y escamotear de mil maneras diferentes la realidad de la muerte para convertirla en un mero acontecimiento anecdótico e irrelevante. De igual forma, la misma ciega creencia de algunos hombres en la Ciencia moderna fomenta la vacua esperanza de eliminar definitivamente la muerte del hombre en un futuro no muy lejano –véanse por ejemplo las teorías del transhumanismo y posthumanismo, que no dejan de ser, a fin de cuentas, ciencia ficción fantástica–. 

En suma, se trata de evitar el problema y de no enfrentarse con él de una manera consciente y reflexiva, ya sea por simple temor, ya sea para evitar las consecuencias que podría traer para la tranquilidad con la que uno vive. Por supuesto, hay en el fondo de esta actitud un sano sentido de la realidad que impide que se paralice la vida por la consideración de la muerte. Pero estas afirmaciones son engañosas. No eliminan el hecho de que el hombre muere y que la muerte está inscrita en su naturaleza. 

Si mi lector es parte de este gran grupo, que no tema y siga leyendo. Quizá alguna de las siguientes posturas resulte más atractiva.

ll. Postura Epicúrea

Según los Epicúreos, para poder gozar de la vida es preciso superar el temor de la muerte. Esto se consigue sometiendo a análisis racional el hecho de la muerte y observando que se trata de algo que no debe preocuparnos, ya que no nos afecta en nada. El temor a la muerte procede de una falsa imaginación que sale a la luz tan temprano como se observa que «la muerte es algo que no nos afecta, porque mientras vivimos, no hay muerte; y cuando la muerte está ahí, no estamos nosotros. Por consiguiente, la muerte no tiene nada que ver con los vivos ni con los muertos». La muerte es un fenómeno natural que no debe inquietarnos en absoluto y ver un más allá de la muerte es algo carente de sentido.

lll. Postura Estoica

Primero, pediros algo. Que olvidéis todo lo que sabéis del estoicismo legado de gurús de internet. Individuos como Llados, Andrew Tate, Iman Gadzhi y muchos otros están contaminando vuestras mentes con filosofías concebidas erróneamente desde la raíz. Como siempre, escogen lo que les parece y esconden o descartan lo que les contradice. Por el afecto y respeto que tengo a esta doctrina y en especial a Marco Aurelio, abordaré este tema detalladamente en el futuro, pero por ahora, centrémonos en lo que nos concierne.

Según los estoicos, el ser humano debe ejercer un dominio total sobre su vida emocional al punto de que sea perturbado por nada. Frente a la muerte, el estoico propugna una serenidad y libertad que nos harán disponibles para ella en el convencimiento de que se trata de un fenómeno natural, externo a nosotros, contra el cual es inútil revolverse porque no está en nuestra esfera de control y frente a la cual la única actitud posible es la de aceptarla como un evento fijado en la naturaleza de las cosas. «No tomes la cosa tan a pecho —dice Epicteto–. Nombra a las cosas por su verdadero nombre: llega un momento en que la materia vuelve a disolverse en los elementos de que está compuesta». Tanto para los epicúreos como para los estoicos la muerte es el no-ser definitivo, pero los estoicos pretenden asumirla en la libertad, haciéndole frente de un modo sereno.

IV. Postura Idealista

Vamos con los Idealistas. Para estos la muerte no nos afecta –o no nos debe afectar–, porque lo humano como tal es justamente el espíritu que se libera con la muerte de un cuerpo que no pertenece, propiamente, a la esencia del hombre. La muerte es vista como un suceso sin importancia, un mero tránsito. El yo, que es espíritu y no cuerpo, sobrevive en una inmortalidad feliz porque ha superado todo lo material y corporal. Para los Idealistas la muerte es un «fenómeno aparente» que no afecta al «yo».

Conviene advertir que a veces se ha identificado esta postura con la concepción cristiana, que, sin embargo, y tal y como os contaré en la próxima entrada, está muy alejada de ella.

¿En la próxima entrada? Sí. Alguno de vosotros habrá notado que las posturas I-III no admiten la inmortalidad, porque consideran que el hombre no traspasa por su ser lo contingente. Para todos aquellos filósofos que consideran que en el hombre existe una capacidad que trasciende lo material, la muerte no puede ser nunca la última palabra. Estos filósofos aportan una serie de pruebas para hacer ver que la muerte no puede destruir al hombre en su totalidad y que cabe pensar en una existencia superior y distinta a la terrenal en la que el hombre alcanzará su realización definitiva. 

Durante los próximos días, examinaremos estas pruebas. Naturalmente, no se trata de pruebas en el sentido matemático, sino que se fundamentan en la esencia humana y buscan establecer si hay alguna justificación para con la inmortalidad. Explicaremos que significa la inmortalidad, analizaremos el alcance de estos argumentos y concluiremos con una aproximación al significado Cristiano de la muerte.

Por el momento, esto es todo. Si hay alguna postura que consideren interesante y que no se haya comentado, o incluso si quieren compartir la suya propia, más abajo encontrarán tanto la caja de comentarios como mis respectivos datos de contacto.

Muchas gracias y felices fiestas.

¡Assez Causé!


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